Vida cotidiana
La imagen que se ha transmitido del pueblo de Roma en los siglos XVIII y XIX es viva y sugerente.
La ciudad ha sido descrita, pintada y fotografiada a partir de la segunda mitad del siglo XIX en toda su opulencia y su pobreza, básicamente por los extranjeros que pasaron un tiempo en ella.
La vida cotidiana del pueblo fue siempre motivo de inspiración y por ello dejó imagen de sí misma filtrada e interpretada por el gusto y la sensibilidad de los artistas que la retrataron.
De hecho, la mayoría de las representaciones son realistas y permiten intuir la complejidad de una forma de vida muy condicionada por la pobreza.
La vida cotidiana de la clase popular se alimentaba de un universo de valores y costumbres, legado de la historia y, sobre todo, del indómito sentido de sí mismo que el pueblo romano había adquirido a lo largo de los siglos.
La vida cotidiana de la ciudad se centraba en la casa y desde ella se propagaba por las callejuelas y barrios y se consolidaba a través de una densa red de intercambios y solidaridad entre el vecindario. Solamente en casos excepcionales se extendía a otros distritos o más allá de las murallas, a la zona rural.
La ciudad y el campo se comunicaban con el tranjín de carros habilitados para transportar el vino y otras mercancías necesarias. Las casas, los talleres, las iglesias, los lavaderos, los mercados (que solían contar con la presencia del escribano público) estaban conectados por unos recorridos habituales, del mismo modo que en las distintas ocupaciones y oficios se realizaban siempre las mismas acciones, tanto a lo largo de la jornada como a través de las estaciones.
Durante el siglo XIX las tradiciones poco a poco se fueron alterando y difuminando hasta desaparecer tras la unidad de Italia.