El carnaval
Los festejos del carnaval romano se concentran en la semana anterior a la Cuaresma y estaban estrictamente reglamentados. El carnaval, con sus fiestas y ritos, es un momento de protesta y desenfreno, tanto individual como colectivo. Y de hecho, todos los años, las autoridades emitían avisos y bandos para que la trasgresión carnavalesca se mantuviera controlada y localizada.
La exhibición de máscaras (el otro yo), las bromas, las batallas de caramelos, los desfiles de carrozas, las carreras de caballos o la fiesta de las antorchas llamada moccoletti, se desarrollaban básicamente en la via del Corso y calles adyacentes. Antiguamente se celebraban en la plaza Navona y en Testaccio, lugares famosos por las fiestas carnavalescas de carácter público, pero en 1466 el papa Pablo II las trasladó a la zona de via del Corso.
Un elemento central y recurrente del carnaval era la carrera de los barberi. Estos caballos de raza bereber, de complexión baja y robusta procedentes del norte de África, corrían sin jinete a lo largo de toda la via del Corso entre el griterío de la muchedumbre. La carrera empezaba con la mossa en la plaza del Popolo y terminaba en la plaza San Marco, ahora plaza Venezia, con la ripresa.
El último día de carnaval, con la celebración de los moccoletti, confluían en un único gran acontecimiento todos los aspectos esenciales de la fiesta: la llamada de la muerte, la eliminación de las diferencias de clase, sexo y edad, la violencia ritualizada, la purificación del mal y, sobre todo, una extraordinario desenfreno colectivo. Todo el mundo tenía que mantener encendido su moccolo, una antorcha que llevaban en la mano, mientras intentaban apagar la del vecino. Quien se quedaba sin moccolo, ya fuera de la nobleza o del populacho, se convertía en blanco de injurias, que tenía que acatar.